«Fueron bastantes los medinenses que se fueron un día a repoblar las Alpujarras tras la sublevación de los moriscos en tiempos de Felipe II, en su mayoría, gente pobre: agricultores y artesanos, es decir, trabajadores, lo más indicado para una repoblación.»
ANTIGUAMENTE ser hidalgo, es decir hijo de rico -por simplificar- servía para no pagar impuestos, razón por la que todo aquel que creía tener alguna posibilidad de evitar pasar por caja se lanzaba a plantar su árbol genealógico y a demostrar la nobleza de su apellido y la pureza de su linaje. Una afición interesada que nos ha venido de perlas a los historiadores, por obligar a los aspirantes a rebuscar documentos que, de otra forma, seguramente se habrían perdido. Documentos carcomidos y apolillados ya entonces, pero tan necesarios para reivindicar escudos de armas y ejecutorias de hidalguía, que los aspirantes a gente bien no dudaban en acercárselos a los escribanos, notarios de la época, para que se los copiasen. Las copias son lo que generalmente se ha salvado; los originales, en su mayor parte, se han perdido entre digestiones de insectos comedores de papel y hongos.
Y entre tantas solicitudes de hidalguía, ha
caído en nuestras manos una presentada por un médico y familiar del
Santo Oficio de la Inquisición de Medina del Campo, llamado el
licenciado Sebastián Vaca de Sacramenia -en Medina solían decir
Sagramenia a los de este apellido-, con fecha de 3 de noviembre de 1627 y
a favor de un granadino nombrado Francisco de Tabladillo.
Lo
que cuenta es que fueron bastantes los medinenses -comprendiendo en el
gentilicio a los de la misma Medina y a los de su tierra- que se fueron
un día a repoblar las Alpujarras, tras la sublevación de los moriscos en
tiempos de Felipe II, y que en su mayoría fueron gente pobre:
agricultores, ganaderos y artesanos; es decir, trabajadores, es decir,
lo más indicado para una repoblación.
Ello se desprende
del testimonio del referido Tabladillo, nacido en el antiguo reino de
Granada y vecino de Martos, en su afán por demostrar que era medinense
por ascendencia, sí, pero, por favor, que no le confundiesen; no de los
recién llegados, de los medinenses nuevos -los agricultores, ganaderos y
artesanos dichos-, sino de los medinenses antiguos y nobles, de los
conquistadores de Alhama.
¿Cómo demostrarlo? Encargando
al licenciado Vaca que revolviese entre los papeles de la villa de las
ferias donde habían vivido sus antepasados. Afortunadamente lo de
controlar el quién era quien estaba bastante bien organizado. Dado que
los hidalgos estaban exentos de pagar impuestos -como dicho es- era
preocupación de la Hacienda Real que existiese un encargado de llevar el
registro de quienes lo fuesen en todas las poblaciones del reino. Así,
Vaca comenzó por lo más sencillo y pidió se le diese copia del padrón de
los hidalgos de Medina en los tiempos de la toma de Alhama, año 1482.
Y
el expediente se abrió con un documento de 1531, copia de otro anterior
redactado por un escribano del que hoy no queda nada, que da fe de cómo
«en el año en que se tomó la ciudad de Alhama de los moros enemigos de
nuestra santa fe católica Sus Altezas se quisieron servir de la dicha
villa de Medina de cien peones para la guarda de la dicha ciudad de
Alhama».
Es decir, que en la toma de Alhama, que abrió la
guerra de Granada y llevó a la definitiva expulsión de los árabes de
España, participaron, gloriosamente, al menos cien medinenses. Cien
'medinenses viejos'.
Gloriosamente, como suele decirse, o
menos, ya que el documento cuenta también que los buenos hombres del
común, los pecheros, los don nadie, dijeron que eso no era cosa suya,
que ellos estaban para arar tierras y cavar viñas, que las guerras eran
cosa de caballeros, que sacasen de entre ellos a los soldados. Y los
caballeros e hidalgos dijeron que sus altezas nunca llamaron a los
caballeros hidalgos de sus reinos para peones. Porque la petición de los
Reyes Católicos era de infantería y lo suyo era la caballería. El
delegado de la Corona, amable, firmemente, respondió que esas
diferencias no eran cosa suya, que se las arreglasen los unos con los
otros como mejor supiesen, pero que sacasen de donde fuese los cien
peones solicitados y a la mayor brevedad posible. Entre los encargados
del negocio figuró un Juan Martín Ferrero 'el viejo', que aseguró tener
más de cien años, cosa extrañísima en la época; primer centenario
conocido de la villa.
La suerte no ha sido tanta que haya
dejado copia del padrón de 1482. Era un negocio particular de
Tabladillo y a responderle particularmente se limitó el notario: «La
cuadrilla de San Juan y San Antonio: Martín Rodríguez de Tabladillo está
en posesión de fixodalgo».
Pero el expediente es
suficiente para saber que los medinenses -de Medina y de su tierra-
tuvieron dos contactos o relaciones estrechas con Granada -Granada y su
antiguo reino musulmán- entre la guerra de la reconquista y la guerra de
las Alpujarras. Que a la primera acudieron cien medinenses, algunos o
muchos de los cuales se quedaron, como los abuelos de Tabladillo,
formando parte de la clase privilegiada de los conquistadores. Y que
tras la segunda fueron bastantes más los que acudieron a hacerse cargo
de las haciendas abandonadas por los moriscos expulsados. ¿Cuántos? No
debieron ser pocos, puesto que el terror de Tabladillo era que, siendo
medinense de los viejos, le confundiesen con los nuevamente llegados.
Medinenses
viejos y medinenses nuevos -como cristianos viejos y nuevos -que entre
finales de los siglos XV y el XVI formaron dos colonias en tierras del
antiguo reino de Granada y particularmente en Las Alpujarras
"Norte de Castilla", Viernes, 28 de octubre de 2005
ANASTASIO ROJO VEGA/Profesor de Historia de la Ciencia de la Universidad de Valladolid
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